Le picaba el cuerpo, pensó que era una alergia, pero un diagnóstico difícil… Ver más

Le picaba el cuerpo. No era una simple sensación fugaz, sino una picazón constante y enloquecedora que parecía extenderse minuto a minuto. Al principio, no le dio importancia. Quizás una reacción alérgica a algo que había comido o a un nuevo detergente en la ropa. Pero con el paso de las horas, la picazón se intensificaba, como si le pincharan la piel con cientos de pequeñas agujas. No solo en los brazos o las piernas, sino por todo el cuerpo: el cuello, la espalda, incluso el cuero cabelludo. Se rascaba sin parar, pero el alivio era solo temporal, y luego la irritación volvía con más fuerza.

Para cuando fue al médico, tenía la piel cubierta de ronchas rojas e irritadas, y su paciencia se estaba agotando. El médico lo examinó, frunciendo el ceño con preocupación.

“¿Ha estado expuesto a algo inusual últimamente?”, preguntó el médico, hojeando sus notas. “¿Jabones nuevos? ¿Picaduras de insectos?”

—No, nada nuevo —respondió con voz tensa—. Es que… no sé, cada vez va a peor. Creía que era una alergia, pero ahora no estoy tan seguro.

El médico asintió, examinando cuidadosamente su piel y tomando notas. «Tendremos que hacerle algunas pruebas», dijo. «Esto no parece una reacción alérgica típica. Podría ser algo más grave».

Las palabras lo golpearon como un puñetazo en el estómago. ¿Algo  más grave ? El pánico se apoderó de su pecho. ¿Qué podría ser? ¿Y si era algo que no podía solucionar? La picazón lo estaba llevando al límite de su cordura, pero el miedo a la causa era peor.

Pasaron los días y se le hicieron las pruebas; cada cita solo aumentaba la ansiedad en su pecho. No podía dejar de rascarse, las ronchas se extendían, la piel se le enrojecía. Intentó concentrarse en el trabajo, en la vida, pero solo podía pensar en la insoportable incomodidad.

Finalmente, el médico llamó con los resultados. “Hemos encontrado algo”, dijo, con un tono que mezclaba tranquilidad y preocupación. “No es una alergia. Tiene una afección cutánea poco común llamada ‘prurigo crónico’. No es mortal, pero es una afección crónica que causa picazón persistente. La causa exacta no está clara, pero suele estar relacionada con el estrés o con respuestas autoinmunes”.

Se quedó en silencio atónito por un momento, asimilando la noticia. ¿Prurigo crónico? Nunca había oído hablar de ello, y le parecía surrealista tener un nombre para la aflicción que se había apoderado de su vida.

El médico continuó: «Es tratable, pero no tiene cura. Tendremos que controlar los síntomas con medicamentos y cambios en el estilo de vida para mantener la picazón a raya».

Asintió, con una mezcla de alivio y temor invadiéndole el estómago. La picazón no desaparecía, pero al menos ahora la entendía. No era solo mental. Había una razón para el tormento. Ahora, se trataba de encontrar la manera de vivir con ello, de recuperar el control y tal vez, solo tal vez, encontrar algo de paz a esa picazón que una vez parecía interminable.

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